Con las flacas energías que aún me animan concluí con ese mísero texto de circunstancias. Los cascos del desconsuelo le darán caza rápidamente y todo volverá a su lugar de origen. Todo volverá a empezar.
Los diligentes murmullos del alba me bajarán a tierra y lentamente reducirán mi espalda encorvada a una sombra refleja en la pared.
Escribir…esa condenada holganza embaucadora; inútil cava apolillada.
Mas… el ejercicio de los dedos al menos me aleja de la obsesión incontrolada. Las lenguas de fuego que me acosan para envolverme y llevarme definitivamente a un estado de inconsciencia vacua cejan en su empeño por un tiempo. La mirada turbia se aclara y la claridad me devuelve la imagen lívida sometida a la penitencia de la desmemoria.
Pesadilla de un inválido golpeteando el teclado como un enajenado mordiéndose las entrañas; sancochadas rutinarias, inconformidades de terco.
Nuevamente te observo enternecido. Sentada a mi lado tejes y destejes esa lana verde que huele a entrañables olores. Tu risa es alivio y fascinación. Ríes por todo y por nada. No ríes verde.
En los cauces de mi transpiración se ahogan los dolores de un celeste mamá que no pudo ser.
Sólo cuatro abrazos y un grito desesperado.
Me seco la baba de la boca con el dorso de la mano y trato de convencerme que girando la vista en torno a mis dos adioses no ha de arreglarse nada.
El desvarío dispara instantes. Corren hilos de rojo patético por mis ojos cargados de agotamiento y despecho torpe.
Ficciono brujas y ositos; las estrellas y la luna con cara de boba. Oigo murmurar a la vieja ceñuda. Ladea la cabeza y me mira para que te entienda, te comprenda… te perdone.
”Sólo a tu lado soy feliz amor mío. Te he traído estas flores”…
Aborrezco del alba: A su llegada algo se deshace en mis manos. Siempre he sido torpe y no tendría que sorprenderme.
Un invisible dientudo de alas abiertas se ha sentenciado a consolarme.
Hace mucho tiempo huyó el sueño y el delirio cierra de un golpe el ordenador. ¿Qué de aquella lana verde?, pregunto a la pared como un animal acorralado. ¿Sabes que me han propuesto para…?
No me escuchas, no estás cerca mío No estás. No…
Un silencio infame se aferra como una garrapata a mi cuerpo. Mis manos vacías no saben mentir: Ya no podré acariciarte, ya no podré besarte… ya no pasaré la mano por tu pequeña barriguita. Ya no…
Mi vidita, alíviame de este dolor nuevo; alíviame de este ácido que corroe mis huesos colgado de cuatro clavos.
Mírame una vez más con tus ojitos curiosos de adolescente. Vivamos las muertes juntas, vidita de mi vida.
Muéreme.
LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI
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