Caminaba por la ciudad dormida, en busca de un lugar donde abandonar sus desperdicios sentimentales: las palabras que no dijo, ternezas que no arribaron a puerto, los reproches acumulados, como palomas venenosas, en el cuarto oscuro de su pecho.
Más que nada porque si se confundía, y no las abandonaba en el lugar correcto, ¿adónde irían a parar?
¿Se desparramarían por el aire sus palabras caducadas, inservibles, o terminarían a lo peor tiradas en el paisaje como chapapote, como vertido ácido en procesión de pájaros moribundos, maligna ceniza?…
Y a todo el que pasara por allí, inadvertido o inconsciente, le asaltaría de pronto una rabia inexplicable.
O el más furioso, corrosivo deseo de llorar.
Helga Martinez Pallares
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