…Cuando llegues por fin
al punto exacto
donde ya no hay retroceso,
y tengas que perpetrar mi sentencia
(inoportunamente;
porque sé que dejaré algo pendiente…
Cuando te vayas acercando a mí
como el humo negro que sale del alma
y fractura el caparazón sin percatarse,
erizarás mis pelos y esponjarás mi piel,
ensordecerás los latidos en mi pecho
tratando de no incomodarme en nada
-para mitigar mi pena-,
muy consciente de lo que haces…
¡Ay! Ya siento el frío de tu ser
congelando mi cerebro
y derritiendo mi pellejo,
absorbiendo mi sangre cual miel espesa
y triturando mis huesos uno a uno…,
lamentablemente será inútil
cuando escuche el doblar de las campanas
en la iglesia, y la marcha fúnebre a la entrada,
junto al murmullo de la gente…
Allí estarás conmigo -a la par del féretro-,
a un milímetro del beso
para hacerme ver que estaba vivo,
que estuviste conmigo desde antes,
que presenciaste mi parto
y me protegiste hasta el último minuto…
-hasta este minuto-, en el cual debes cumplir
(con lo que se te fue encomendado).
A pesar de todo, y conociendo el resultado
querré volver y evitarte, pero moriré sin remedio
(como todos).
Entonces me abrazarás definitivamente
Y librarás mi alma de su penal,
mientras dejas la sobra en el sepulcro
para que el gusano carroñero la devore,
el mismo que un día acabará contigo para siempre.
Juan C. Pavón
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