Dejé atrás lo que amaba, a mis padres, mi familia, mis amigos;
con mochila y sandalias, un trozo de pan y del camino los higos,
me fui como si no fuera nadie, como lo hacen los mendigos.
Caminé sin saber a dónde me llevarían las alas de mis pasos,
buscando lo que el azar esconde, más allá de los ocasos,
más cerca de los horizontes, lejos de los cruentos fracasos.
Ascendí laderas y montes, atravesé mares y áridos desiertos,
me perdí en la espesura de los bosques y todo estaba cubierto
de soledades; vientos secos, de esos que te dejan casi muerto.
Me extravié en anhelos tercos y no pude verme en el regreso,
las dudas eran mis cercos y, ahora, desorientado confieso;
las fronteras del camino me cerraron las puertas del progreso.
Hoy debo aceptar, quise buscar en otra tierra mi destino,
sometí mi vida al desconcierto, fui artífice de mi propio desatino,
dejé lo que tenía por lo incierto y obstinado no declino.
Hoy, en un mundo agreste, con la triste condición del ilegal,
escurridizo y confundido entre las filas de la masa laboral,
vivo la zozobra y el temor por una condición irracional,
En tierra extraña solo soy, un inmigrante que perdió;
su vida, su razón, su identidad: un sueño me dejó sin libertad.
Lyda García Espinosa -Colombia-
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