Mirarte a los ojos y ver ese brillo resplandeciente que asemeja el más brusco contacto de un cuerpo celeste al penetrar la atmósfera, que se convierte en una bola de fuego que envuelve todo mi ser azul que me rodea y me quema con tus caricias.
Todo ese fuego ardiente que te embriaga, al sólo contacto de tu hermoso cuerpo que hace que no exista frío ni nieve que te opaque ese calor de tus entrañas para hacer de nuestro espacio la fogata más apasionada que nos abrigue.
Cada caricia, cada movimiento con ese sentir reflejado en nuestras miradas, hace que las palabras no existan y sean enmudecidas por tanta pasión desencadenada en estos instantes de lujuria y deseo, envueltos por tanta ilusión sentida.
Nuestros cuerpos celestes abrigados por esa hermosa calor en estos instantes que caen a la tierra quemando todo a su paso, derriten nuestra piel con tal sutileza que no existen sábanas para contener este deseo de tan bello fuego ardiente.
CARLOS V. ORTIZ
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