Es habitual verla saltar cuando pasa,
los nueve mundos de una peregrina
que está pintada en la acera de esa calle.
Ella ya cumplió 41 y pronto será abuela,
pero eso no impide que luzca un rostro de niña.
Todos los días, al pasar por ahí toma de la mano a su alma
y la conduce con la pata coja por ese camino hacia el cielo.
Hoy – por fin – el premio ha llegado.
Justo en la última casilla, desde la sombra de un árbol
un mango grande ha caído a sus pies.
Todos los vecinos aplauden su sorpresa.
Su alma se ha reconocido en esa fruta.
Por fin ha encontrado la luz de su laberinto.
Ya logró pasar la frontera desde la tierra, hasta su cielo.
Jaime Arturo Martínez
No hay comentarios:
Publicar un comentario