Al caer la tarde entro al Bar y búho desplazado tomo cuatro
tragos. Aburrido y ya sin el peso de las monedas en los bolsillos
llego a la buhardilla descansado de hombros y brazos. Sé que no
he de dormir ni pensar, hace tiempo mucho tiempo olvidé pensar.
No hago plan nada ahorro y sólo cocino para un comensal.
Comer solo dormir solo hablar y escucharse a uno mismo, no es el
plan de una mente organizada.
Oh, si conociera a alguien especial; y no fuera el malnacido.
Sí, sintiendo algo por alguien se vive mejor. Bueno, no mejor, pero
al menos no deseas tu muerte a cada instante.
Estando en el retiro de una agreste montaña conocí a un montañés.
Vivía él: Orgulloso de la Mujer que tenía en una distante Ciudad,
y dormía con el retrato de ella bajo la almohada.
Nos cruzó el Ferrocarril, construyeron Pueblos cercanos y las salas
de cine cantinas y hospitales nos quedaron a media hora de camino.
Dije al Montañés: ¡Puedes traer a tu Mujer!
Rió a carcajadas exclamando: ¡Oye! ¡A esa Mujer la inventé!
Reí también y agregué: Son las mejores, las que inventamos.
Del libro En las cartas que leía la Bruja de
OMÍLCAR CRUZ RESTREPO
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