Me han cosido una túnica.
Acabo de componer unos versos
que no sé si nacieron por encanto,
si son libres o de impreciso trazo.
De poder ver diría:
No penséis que lloro,
ni que se ensombrece la sonrisa
porque la noche es mía.
Palpo los troncos en callado círculo.
Toco su reino de silencio.
Palpo los rayos del sol que acarician el rostro,
la borrascosa lluvia,
el frío que palpita
tras los ardores del estío,
y el silbar del viento en mis mejillas.
Lo palpo, lo palpo todo…
Gentes,
mi oído se enamora.
El corazón se prenda sin la mirada.
Me decís: ¿Deliras?
Y yo con mis manos
lanzo arpegios al piano.
Si oyerais lo que mis oídos oyen,
caeríais rendidos por esa belleza escondida
que sólo un ciego puede ver.
Rescatad la obra
que el cielo a mis dedos dio.
Prueba que me someto,
y con gusto solemne,
hago del destino mi rey.
No me empujéis,
ni hagáis muecas,
Que vista no tengo,
pero sí alma de seda
y profundos sentidos.
Diversos fueron los rostros
que me negaron,
mas dejaron en mis extremidades
sueños de tactos excelsos,
y en el sentir,
el radiante ósculo de los ojos de la mañana,
la atezada noche como mirada.
Queda en el fondo de mis entrañas,
el desaparecer bajo las alas
que la luz mostró a los mortales.
Mas nada pierdo ni gano,
pues nada sé de matices y colores.
Ni vivo ni muerto,
en mi mundo escondido,
aprendo y espero.
No me compadezcáis.
Decidme que soy torpe,
feo y horripilante.
Dejad que ría de vuestra simpleza,
y contemplad la creciente inteligencia
que agudiza los sentidos.
Pues también sin ver,
se puede brillar en las artes.
Dadme la mano.
No temáis que pierda el camino,
que el ciego conduzca al vidente.
Me han cosido una túnica.
Sin ojos,
rematada con festón.
Ana María Lorenzo
No hay comentarios:
Publicar un comentario