Ha muerto la agenda de teléfono. Si usted todavía conserva una es más bien de recuerdo, o como yo, que voy tachando a los que se fueron y a los pocos que murieron. De esta forma llevo una estadística de cuántos vamos quedando: de 391 números que tenía, ahora solo funcionan veintitrés. Pero era divertido llevar la libreta en la cartera y pedir una pluma o lápiz, o aún mejor, cuando te apuntabas el número en el dorso de la mano, ¡cómo se sufría si comenzaba a borrarse y era del chico que acabaste de conocer en el concierto!
La libretilla llena de números, nombres, apodos y garabatos, nos ayudaba a ejercitar la memoria; te obligaba a aprenderte los teléfonos para ahorrarte buscarla en el bolso; también te enseñaba el alfabeto y cómo catalogar los datos.
Lo mejor era la mesita del teléfono, porque tenía a su alrededor de todo: cuadernos, la agenda del trabajo de tu madre, la personal, la colectiva, la de tu abuela, hasta la de tu hermanito que va a la escuela primaria. Todo un reto si alguien te llamaba a la casa para pedirte el teléfono de un tal mengano que estaba en alguna de aquellas agendas.
Aquel tiempo era hermoso, pero ahora la tecnología me está comiendo los talones.
Me siento como mi difunta abuela: "el café lo hago en gorro, porque la cafetera no la entiendo".
Ingrid Lavandero Galán (Cuba)
Publicado en la revista Aldaba 30
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