Cuando te fuiste el día era luminoso;
de mi vida la rosa florecía,
las abejas libaban en las flores,
y el viento columpiaba los trigales.
Cuando te fuiste el día era luminoso
y yo te supliqué por tu presencia,
se arrodilló el alma insobornada,
pero tú indiferente te alejaste.
Cuando la noche silenciosa vino,
sólo el viento ululando entre los sauces,
acompañó mi dolor y mi pesar.
¡No había luz en el espacio sideral!.
Pero el rubí ardía entre mis venas;
yo era cual vaso de cristal repleto
de falerno incitante y generoso,
y otros labios escanciaron el licor.
Cuando volviste el día era esplendoroso,
el viento era un rumor en los pinares,
y al llegar en la noche las estrellas
me envolvieron con todo su esplendor.
Al verte, desdeñoso el corazón
me preguntó con lejana indiferencia:
—¿Quién es aquél? ¿Acaso le conoces?
y mi alma respondió: —¡Nunca le he visto…!
Del libro “Brindis por un poema” de
Leonora Acuña de Marmolejo
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