Ante mi muerte.
La muerte misma se volverá un cachorro de humo
Dormido sobre mi pecho.
Y yo con los ojos abiertos contemplaré
El rostro de Dios con la curiosidad con la que un neo nato
Observa por primera vez a su madre.
Luego los cerraré lentamente.
Muy lentamente. Hasta fundirme yo misma
En un corazón. Un corazón que será la semilla
de la que germine el árbol de los mil días.
Y de las mil sobras.
Y de mí no quedará mas que una impronta
de aquello que fui.Y no seré.
Gravada en la ladera de los montes del mañana.
Una impronta que se perderá para siempre
en un laberinto de espejos invisibles.
Y de latidos de tierra mojada,
por las lágrimas de la última estrella errante.
Debora Pol
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