Un guión para una película de Hollywood sobre espías.
El mundo actual. Un protagonista norteamericano, a ser posible apuesto y fornido. Un malo con acento extranjero, bien ruso, bien árabe, bien sudamericano. Una historia de amenaza atómica por culpa del uranio de alguna de las extintas repúblicas soviéticas. Un presidente de los EE.UU. guapo, inteligente, que razona las cosas y que sabe lo que hace y lo que dice, y unos asesores mentecatos, manipuladores e inmersos en alguna trama negra, de la que solo se salva algún militar –preferiblemente negro- que desmonta todo e informa a su estimado jefe de estado.
Añadamos una buena dosis de efectos especiales, armamento sofisticado, destrucción a granel, disparos a quemarropa, unas cuantas mujeres exuberantes durante el desarrollo de la trama, una música estridente pero pegadiza, y un final acelerado en el que el bueno gana y el malo es destruido de la forma más espectacular.
Bien. Pues yo, no soy norteamericano, ni feo, ni fornido. Tengo mi propio idioma, sin acentos de ningún tipo. Nada sé de energía atómica, y me la trae al pairo si el presidente de U.S.A. es blanco o de color, o se la coge con papel de fumar. Tampoco tengo asesores de ningún tipo, salvo mi jefe, escudado tras la mesa de un despacho. Como efectos especiales, los del tiempo, que pueden afectar a mi misión. De música, el silencio, en él se trabaja mejor y se escucha con total nitidez la cercanía del peligro. Y los buenos, bien, los buenos a veces no son los que ganan… o los que ganan no siempre tienen que llevar la razón. En muchas ocasiones son inidentificables.
Por cierto, me llamo Aisha, soy agente secreta del servicio palestino de espionaje y, cuando tengo tiempo libre, escribo poemas o realizo acuarelas sobre los paisajes de mi tierra natal. Mis enemigos, en cambio, me conocen como N-21, sin más apelativos ni zarandajas.
Esta es, pues, la historia de un guión que jamás escribirá Hollywood.
Francisco Segovia -Granada-
Publicado en periodicoirreverentes
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