Por
Alfonso Ramón Hamburger
Tengo amores con la Chechi Baena, pero ella no lo sabe. Siempre ha sido así. Ajá, uno se enamora solo, va a las citas, pero lo malo es ilusionarse.
No es la primera vez que me sucede. Cuando surgió Isolina Majul, una niña barranquillera que destrozaba a los ajedrecistas contrarios como si jugara un partido de damas con tapillas de cerveza, fue lo mismo. La briosa mente de la hermosa barranquillera era tan contundente que parecía una candela arrasando casas de palmas apretujadas en una planicie en pleno verano. Sólo quedaba el solar. Con esa misma fuerza arrasaba mi provinciano corazón. Y yo la amaba...
Lo bueno de estos amores míos es que no le hacen daño a nadie ni a mi mismo tampoco, pues muchas veces me han servido de inspiración. Como en el caso de Rubén Darío Salcedo, quien no logró tocarle un solo pelo a La Colegiala, pero ella le regaló tres de sus mejores canciones, en medio de esa borrasca de pensamientos entristecidos del primer amor.
De Isolina me gustaban muchas cosas y llegué a soñarla como la mujer ideal para llenarla de hijos, pero la veía tan flaquita, tan niña y yo ya era un hombre de universidad. La quería por ser costeña (soy costeño por encima de todo) y barranquillera, además. Era hija de un hombre humilde, que la cuidaba como a leche en verano.
Seguí su carrera hasta mucho después de venirme a las sabanas, pero jamás me le acerqué a nada, pues soy alérgico a los autógrafos, menos si provienen de esa persona que se ama en silencio.
Ahora yo sigo joven y ella ya es una dama. Hace poco la vi en una entrevista por televisión. Sigue siendo bella e inteligente. Al fin, se casó con un moreno cabeza cuscú. Creo que era su entrenador. Hasta mi mujer, sin saber que la reina del ajedrez algún día fue mi ilusión, dijo que ese man era muy feo para ella. Yo guardé silencio.
Fui cobarde para abordarla. ¿Qué tal si la espero? Jamás la vi en persona. Y creo que fue lo mejor, pues me hubiese desmayado del susto. A lo mejor, si la veo, no hubiese sido capaz de decirle nada.
Ahora tengo amores con la Chechi Baena, pero ella tampoco lo sabe. Pero resulta que este es un amor diferente, de más respeto. ¿Acaso amar es un delito? Es un amor que está más cerca de mi sentimiento regional. Cuando la veo en la televisión y en las propagandas, haciéndonos quedar tan bien, pero tan bien, me acuerdo de Cartagena y los años que sentí en la piel la palpitación de sus murallas ( 1987-1992).
Eugenio, su padre, es nuestro colega y me imagino lo orgulloso que debe estar, como lo deben estar los colegas comentaristas del deporte.
Cuando pasaba en las busetas o en el carro papamóvil de El Universal detrás de los casos judiciales de Cartagena por el Pie de la Popa, me encontraba que Eugenio estaba sacando su carro del parqueadero de su inmensa casa de ricos. A veces me lo encontraba en los bancos, en las ruedas de prensa o en otras partes, pero jamás sospeché que un día tuviera una hija tan hermosa y practicando un deporte no tradicional de Cartagena. Ella tendría 3 , 4 o 5 añitos, pues nació el 10 de octubre de 1986. Le tengo apuntadas sus mejores fechas. Ahora ya es una niña-mujer. Tener una hija así luce mucho para un padre periodista. Es un ejemplo que nos enaltece a los periodistas.
... Y la Chechi estuvo en Sincelejo y yo me quedé quieto en mi casa, pues soy cobarde para afrontar la realidad. ¿Será que ya estoy perdiendo el olfato del periodista? ¿O fue que le tuve miedo? ¿Quién le hizo la entrevista que debía hacérsele? Por Dios y la tuve tan cerca.
La vi delgada y pequeñina en la prensa, pero radiante y hermosa, con esa sonrisa que trasciende más allá de la ilusión. Doy gracias a Gustavo Pérez, por presentármela en una entrevista de este domingo 21 de marzo, en que no he resistido el deseo de gritar este amor y por eso he corrido al computador. Percibo en esta entrevista que en sus respuestas hay mucha ternura e inteligencia. Tiene chispa y deduzco que estudiará otra cosa distinta al periodismo, pero al final será periodista como su padre.
Yo, de prono me la hubiese embarrado en una entrevista con ella, pues habría comenzado, como todo un bobo, por la última pregunta que le hizo el negrazo cartagenero. ¿Quién es el dueño de tu corazón? Dicen que preguntarle a una pretendiente si tiene novio es como sacarse uno mismo de taquito. Eso me lo aprendí de memoria de tanto tirar el lance sin conseguir nada. Confieso que en el amor he sido muy torpe y a la hora de la verdad no sé expresarme demasiado y por lo regular hago como el burro cuando lo espantaba el tigre. Se iba corriendo, pero regresaba a ver quién era el que lo había asustado y allí el tigre si que se lo cogía.
Si yo hubiese sido Gustavo, habría comenzado la crónica con el cuento de la casa y de las palomas. La casa inmensa y rosada del barrio Pie de la Popa donde nació la amada mía, esa novia mía y de todos los colombianos, era visitada por un enjambre de palomas que a cada instantes se le revelan como la imagen más recurrente de una niñez feliz.
Y la paloma voló y voló, dejándome con esta fregantina en el corazón.
Publicado en el periódico digital La Urraka Cartagena
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