jueves, 4 de abril de 2013

SANGRANDO


Sangrando sin heridas
mordisqueé un rojo hígado
sin importarme el desgarrador grito
que movió el pétreo tabique
y se hundió entre las sábanas blancas
de un catre ajado y herrumbroso.

Subiendo y subiendo casi toqué
la nube con mi extraña mirada
y no supe regresar al sendero
donde la luz se peleaba con la sombra
en un duelo de oscuridades buscando
ambas liberarse de un implacable sol.

Surcando a nado el mar,
lleno los ojos de agua insalubre,
que arrancaba espasmos a mi garganta,
no alcancé el horizonte,
aunque hundido entre las olas,
pasé un centenar de minutos.

Sustrayendo el zumo salado,
gota a gota, me quedé
cual inmóvil espectro
más sedienta mi alma
imaginada que la ardiente
arena de un desierto.

Suspirando en la vieja puerta
recorrí las empinadas calles
de un castillo inexistente
que dormido entre nubes de algodón,
esperaba la bulliciosa comitiva
de nobles caballeros e infantes.

Sentado bajo una luna sonriente,
rodeada de una corona de estrellas,
me empapé de una acosadora oscuridad
que acusaba con su invisible dedo
entretejiendo un vestido sin colores
para un dios húmedo y enfurecido.

Del libro inédito Confusión de JOSÉ LUIS RUBIO

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