Me relamo con los hachazos de la envidia.
Esa lucha del suspicaz y sediento armadillo de barro en contra de su propia mediocridad.
Ese atroz malestar provocado por el hedor
de la cera esquilmada.
Esas equilibradas legañas sazonadas de sarro.
Una cereza podrida es el cerebelo
de los que enjuagan sus tajos
sobre papel invisible.
Qué más insistir si el sextante de los días,
se diría,
pone a cada cual en su lugar.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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