Había en mi pueblo un cortijo, cuyo nombre se fue de mi memoria, donde el dueño tenía fama de mal carácter y exigente con los trabajadores. Cuentan que él trabajaba a la par que los contratados y sabía, de buena tinta, quién se esforzaba y quien intentaba racanear.
Como eran grandes las tierras habían varias cuadrillas a un tiempo y el dueño iba con la que veía que tenía la tarea más difícil. A fin de que, con su ayuda extra a la cuadrilla, fuera más llevadero y rápido el trabajo.
En cierta ocasión, ante la enfermedad de uno de los habituales trabajadores, contrató a un joven que antes nunca trabajó por aquellas tierras. Llegada la noche, el nuevo, se dirigió al “amo” en los siguientes términos: “Patrón, hoy he estado arando sin parar más que a la hora de la comida. Fíjese que soy buen trabajador para usted, que en la mañana se me metió un chinorro en el zapato y ni paré para sacarlo hasta medio día”.
El dueño, sin mirarlo siquiera, dijo al administrador: “Paga a este joven el salario que hoy trabajó y que se marche y nunca más sea contratado para trabajar para mí”.
El administrador salió en defensa del joven diciendo: ”Pero si ha arado como el que más...”
A lo que el dueño respondió: “Quien no es bueno consigo mismo, no puede ser bueno con los demás. ¡Lo dicho! ¡Que se vaya!.”
PEDRO JESÚS CORTÉS ZAFRA -Málaga-
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