miércoles, 6 de junio de 2012

HIJOS DE LAS ESTRELLAS


Inmersa en la cápsula de lanzamiento apenas siento mi cuerpo.
En unos minutos despegaremos y mi vida anterior será historia. La Tierra, solo un puñado de vagos recuerdos.
Ese día, muy temprano, Padre nos llamó al sitio de reunión. Llovía a cantaros y el sonido de las ráfagas al golpear sobre el techo de la Casa siempre me entristecía. Padre había oscurecido el techo de la habitación porque sabía que los más chicos temíamos a los relámpagos como a la misma Bruja de las Nieves. Yo estaba más o menos al tanto de lo que se avecinaba aunque me era difícil concebir lo que sería abandonar la Casa.
En el camino hasta aquí sobrevolamos la Ciudad Vieja, donde viven los Antiguos. Solo hoy pude entender de veras por qué Padre decía que Casa era solo un espacio diminuto dentro de la gran casa llamada Tierra.
Pude ver a los Antiguos desde los lentes de aproximación con su andar desgarbado pero con cierta gracia mientras realizaban múltiples actividades. Se veían diminutos ¡tan parecidos y a la vez tan diferentes a nosotros! Padre nos explicó que nunca podríamos relacionarnos con ellos pues éramos in-com-pa-tibles, que no podíamos respirar el mismo aire ni tocarnos ni nada. Nos dijo que Afuera el calor era insoportable para nuestros cuerpos y que sería peligroso acercarse a ellos. Nos explicó que no éramos nosotros la única raza joven en la Tierra y que todas de alguna forma descendíamos de los Antiguos.
Esta mañana Padre nos habló el Viaje y de cómo para nosotros este sería el sentido de la vida. Tierra moría y que en breve partiríamos en busca de un nuevo hogar.
Volaríamos en esta astronave inmensa, casi tan grande como Casa, junto a gente de otras razas y, si la suerte nos acompañaba, los hijos de nuestros hijos hallarían una nueva Tierra, solo para ellos.
Nosotros no, nosotros seremos los hijos de las estrellas.

Carlos A. Duarte Cano (Cuba)
Publicado en la revista digital Minatura 119

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