Satisfacciones
Eloras Hudson, el cual fue soldado del ejercito, hasta que perdió una pierna en combate, reemplazada ahora por una autómata de acero hecha por unos locos alquimistas de tierras lejanas. Azura Hidebrook, acarició sus cabellos como alas de cuervos, besó su rostro firme, reencarnación del Zeus olímpico, y se dejó caer sobre su cuerpo fuerte y torneado cual guerrero antiguo sintiéndose libre entre sus brazos. Como almas posesas, se fueron despojando de sus ropas que sobraban de tanto calor humano, y se entregaron a los pecados eternos de la carne, sucumbiendo a los abismos del ser y no ser, entre caricias y besos, alcanzando al fin, el éxtasis divino sufrido por Santa Teresa. Ahora ella sentía, que los esfuerzos hechos para poder escapar de su casa, no fueron en vano.
Y los gallos cantaron, al tiempo que los ruidos citadinos despertaban junto con Azura, que aun dormía en los brazos de Eloras, pleno renacer del alba. En un revuelo desesperado la joven se vistió y emprendió su regreso, no querían separase, pero el amanecer los había sorprendido. Azura montó en un auto a vapor, que se detuvo a la entrada de la mansión Hidebrook. En la sala de recibimiento estaban el señor y la señora Hidebrook sentados, y parado al lado de la chimenea su hermano. Azura eufórica de ver como sus padres estaban molestos y al fin se daban cuenta de que ella existía, intentó huir pero su hermano le cerró el paso. Su padre como una fiera, fue hacia ella, su caminar fue interrumpido por un estruendo, un temblor de tierra. Todos menos Azura se asomaron a la ventana, se asombraron al ver inmensos pájaros metálicos volando por el cielo, cubriendo de ruidos y vapores toda la ciudad, dejando caer innumerables proyectiles que destruían todo al impactar en la superficie, la guerra había comenzando, sin previo aviso. La joven, inmóvil, en medio de la estancia, solo sonreía, muda de satisfacción.
Egaeus Clemens –seud.- (Cuba)
Publicado por la revista digital Minatura 116
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Hace 21 horas
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