MARCO ANTONIO ALCALÁ
La Bandida Murió en sus Brazos
Por Juan Cervera Sanchis
El 23 de junio de 1995 murió en la ciudad de México
Marco Antonio Alcalá Ruiz, quien había nacido el 29 de
septiembre de 1924 en la Hacienda de Tamaliagua,
Municipio de Enxmajá, Jalisco.
A la edad de cinco años quedó huérfano de padre y
Madre. Creció al amparo de su abuela Camila que tenía
unas tierritas.
A los trece años de edad inició su peregrinar a solas
con su sombra por los caminos del mundo.
En Chapala se hizo panadero bajo la tutela del maestro
Marxi, que lo aceptó como aprendiz, según nos contó
en el café San José de las calles de Ayuntamiento en
la ciudad de México, donde Alcalá perteneció a la tertulia
de Las Víboras, junto con Alberto Cervantes, el autor del
bolero “Cien años” y José Antonio Michel, el creador de
la canción “Luna de Octubre”, inspirada en Eva, hermana
del escritor Juan Rulfo, quien fuera, ella, el amor platónico
de toda su vida, según nos confesara José Antonio.
Marco Antonio Alcalá aburrido de amasar harina decidió
hacerse pescador y, aburrido de la pesca, viajó hasta
Guadalajara donde se convirtió en albañil como matacuaz.
Después se convirtió en lavaplatos en el restaurante El Ring.
En mitad de los vaivenes por los que lo llevaba la vida se
la pasaba cantando en todas partes y cantaba muy bien.
Fue así que un afortunado día entró en la cocina el dueño
de El Ring, Toto Cuevas, quien lo escuchó cantar y tras
escucharlo lo invitó a que fuera parte de la variedad de
su restaurante. Comenzó así la carrera artística de Marco
Antonio Alcalá.
De El Ring pasó a actuar en las noches bohemias de
“El Mil Cumbres”, prestigioso restaurante de la capital
del Estado de Jalisco.
Marco Antonio, joven y soñador, aspiraba a lograr triunfos
mayores por lo que el año de 1943 viajó con sus pocos
ahorros a la capital de la República, donde no conocía
a nadie. Al llegar se alojó en una vecindad de Lagunas
de Tamiagua, colonia Santa Julia. A los pocos días de
llegar sus ahorros desaparecieron. Al encontrar cerradas
todas las puertas en el medio artístico, al fin que no era
más que un Don Nadie y un absoluto desconocido, se
las ingenio para entrar a trabajar en una carnicería de
la colonia y poco después en la cervecería “La Coronita”.
Escuchando la radio supo de “La Hora del Aficionado”,
Programa que tenía como locutor a Joaquín Grajales y
como maestro de ceremonias el entonces célebre Don
Lencho.
Alcalá no lo pensé dos veces, camino desde Santa Julia
hasta llegar a las calles de Ayuntamiento decidido a
inscribirse en el concurso.
Había una larguísima cola de aficionados. Él no se desanimó
y, con el estómago vacío, le echó paciencia al asunto y tras
tres horas de espera logró su inscripción.
Días después pudo participar interpretando “Ratos de
locura”, de Federico Baena. Quedó entre los doce
finalistas del año y estuvo en la Gran Final que tuvo
como marco el Cine Alameda, ahí interpretó “No niegues
que me quisiste”, de Jorge del Moral. Maravilloso. Marco
Antonio Alcalá se alzó como el máximo ganador. La
locura para él, una dichosa locura, pues el premio consistía
en 7,500 pesos del año 1943. Marco Antonio no podía
creerlo y por momentos se decía a sí mismo:
-¿No estaré soñando?
No, no estaba soñando. Aquellos 7,500 pesos eran
contantes y sonantes, pero la verdad sea dicha él no
sabía qué hacer con tanto dinero. Alguien le aconsejó
que si pensaba ser artista invirtiera parte de lo obtenido
con el premio en un buen vestuario. Así lo hizo.
En el café San José, ya en silla de ruedas, pues había
Perdido sus dos piernas a causa de la diabetes, nos
relataba en una de nuestras conversaciones en la mesa
de “Las Víboras”:
-Me fui a las calles de Madero, con el entonces mejor
sastre de México, Chávez, y me mandé hacer siete
trajes, y lo más importante todavía: Yo nunca había
tomado clases de canto y con aquel dinero puede
tomarlas con maestros tan excelentes como José Eduardo
Pierson y Roberto Harling Ortega, entre otros.
Luego viajé a San Francisco y canté en el Hotel Felman.
Volví a México y canté en centros nocturnos como el
Wakiki, el Tabaris y otros. Grabé mi primer sencillo. Nunca
he grabado un LP. Aquel disco me llevó a la casa de niñas,
o para decirlo por derecho, a la casa de putas más célebre
y celebrada que ha habido en México, de doña Graciela
Olmos González, más conocida como “La Bandida”. Esta
extraordinaria mujer me tomó aprecio, y como a mi la noche
y la bohemia siempre me han cautivado me quedé en su casa.
Allí canté durante un buen tiempo. Era una dama de
enorme corazón.
Recuerdo su generosidad infinita para con la gente
necesitada. Una noche en que llegábamos Víctor Cordero,
el autor del corrido “ Juan charrasqueado” y canciones
como “Mi casita de paja” y “Nada gano con quererte”,
como tu muy bien sabes, y yo a su casa, estaba agonizando.
Murió en mis brazos. Ya no la dejé sino hasta que la
llevamos a enterrar en la séptima sección del Panteón de
San Joaquín. Ahí está. Antes de perder mis piernas le
llevaba vez en cuando flores. A ella le gustaban mucho
las flores.
Debo decirte que doña Graciela era poeta y escribía
y componía canciones. Ella es la autora del Corrido
de Durango y “El Siete Leguas”, que permanecen en
la memoria de México.
Poco antes de morir aquel 23 de junio de 1995, Marco
Antonio nos diría en el café San José:
“Yo no soy un triunfador, tampoco un fracasado, yo
soy un artista que siempre he vivido como tal y así
moriré.
Ya no puedo trabajar, aunque aquí en el café digo
Poemas y canto pedazos de canciones mientras
recuerdo con los amigos fragmentos de mi vida.
Soy un bohemio reducido a una silla de ruedas y
no me muero de hambre porque en mi vieja tengo
mi mayor tesoro. Ella tiene un puesto de comidas
en el mercado de San Juan y con eso vamos tirando.
Me queda el consuelo de haber vivido cantando y
haber alternado con los mejores artistas de México.”
Se cumplen quince años de su muerte y, en este mundo
sin memoria, ajeno a los sentimientos que nos hacen
humanos y nos legitiman como tales, y donde caben todos
los olvidos, y la indiferencia es el triste pan nuestro de
cada día, yo quiero rendir un emotivo recuerdo a Marco
Antonio Alcalá Ruiz, aquel hombre, aquel artista que, por
cierto, se sabía de memoria “El romancero gitano” de
Federico García Lorca.
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