En soledad El año se me acaba tan deprisa
como fue tu partida inesperada;
la noche está, dentro de mí, callada,
y al exterior es danza, y humo, y risa.
Soy galeón de brújula indecisa,
inestable timón, vela rasgada,
con la estrella polar desconectada,
y ruta que en la bruma se improvisa.
Voy sin saber por dónde o cómo voy,
no hay para mí mañana, sólo estoy
en un punto difuso que no entiendo.
La multitud, la vida, se engalana;
va a golpear las doce la campana;
el año, como yo, se va muriendo.
En indiferencia ¿Qué importa el año nuevo, el año viejo?
No es que el tiempo se vaya, es que nos vamos,
e involuntariamente celebramos
el triunfo de la muerte. No me quejo
de que se acerque inexorable; dejo
su amenaza al olvido. ¿Qué alcanzamos
con su presencia en el recuerdo? Estamos
a igual distancia en duelo o en festejo.
Despida al treinta y uno de diciembre
el cazador de fábulas, y siembre
a su paso utopías e intenciones.
Este es un día más, o un día menos;
todos los días son malos o buenos
conforme a nuestras propias decisiones.
En meditación Oh, Dios, un año más. ¿Qué nos espera?
Es tan duro el martillo de tu ira,
que, al caer sobre el pobre, más inspira
rencor que adoración. Quién comprendiera
tus motivos, Señor. El hombre es fiera
para el hombre, y es odio, y es mentira;
pero Tú eres amor…que se retira,
volviendo en el tsunami y en la hoguera.
Hostigas al humilde, al inocente…
Tu símbolo es la cruz, no es el tridente
ni el rayo de otros dioses ya proscritos.
Oh, Dios, los que en Ti creen, y te adoran,
empiezan a dudar, y te incorporan,
por no entenderte, al mundo de los mitos.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Angeles-
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