NAVEA pecho abierto espera el frontispicio
el giro de la puerta de madera,
el interior, en claridad, espera
el canto gregoriano del oficio.
Satura la oquedad del edificio
ligero olor a derretida cera,
el sol perfora a chorros la vidriera,
se inicia en el altar el sacrificio.
El órgano revienta sus trompetas
con voz de apóstoles y de profetas,
la nave en luminoso fondo anclada.
Y tu nave, en silencio, se adormece,
sin música, sin luz, y no parece
capaz de abrir y autorizar la entrada.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO-Los Angeles-
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