Escogí una tarde de sol generoso
para pedirte asilo
a la orilla del azul ceniciento
donde tu carisma
sabía, me otorgaría savia creciente
un diluido compás
símil al oleaje
o la conversación modélica
de un transeúnte solitario
y su sombra
siempre delante de él
justo hasta el anochecer
cuando ella se retira, y sugiere
el momento de transmutar
a cuervo del embrujo.
Llegué con el rostro frígido,
abofeteado por la garante y gélida brisa
ella descorrió la cortina
donde yacían los sueños,
supe que asomaba el burbon bañando mis labios,
en rededor los cuerpos inertes flotaban
buscaban asiento
un susurro, dos roces
incluso, con suerte, dos alaridos o dos besos de rojo carmín.
Sus ojos danzaban desde mi pelo encrespado
hasta las puntas de mis botas sucias
de lodo, de podredumbre
y se escuchaba el tambor del revólver, girar, y girar
mostrando cada punta redondeada
de aquellas seis balas de platas.
Habían oído aullidos de licántropos con piel de cordero
el mismo día, de su puesta de largo
un rugiente acorde de guitarra desvencijada
mas a nadie le importó
a él, menos aún, sabía que tras las rejas
ninguna ninfa hallaría
si no mostraba la entereza del perdido, del olvidado
y en ello se desgañitaba
soltando espumarajos ahuecados muy cerca de sí
por la añorada serpiente,
donde mismo se escuchaba un cascabeleo mortal
de necesidad.
Sus mejillas amoratadas dejaban entrever
un reluciente amor
por los cuellos císneos, y entregados
por las corrientes más vivas
por el desvarío solitario
por vestales con ganas de descubrir
por neófitos del azar polivalente
que la noche destruye, o alimenta.
Subí, en mi candente águila, con cachas de marfil
tomé la nacional rumbo al pico del séptimo punto
y apreté el puño, abrí gas
dejé aun flotando un rancio olor a azufre
bajo las volutas de la hierba ardiente de las cachimbas
agradecí el cántico de las estrellas
abriendo cielo lleno de andrómedas, y osas polares
sin vampíricas damiselas
ni espejos rotos, supe del dulzor del almizcle en tus labios
perdí la noción del mundo
pero supe redimir mis culpas justo antes que cantara el gallo.
Hay una torre donde los barcos buscan una salida
hay un horizonte donde el sol se cobija para descansar
hay un sabio donde el león busca el regusto de aprender
hay un niño donde mi alma se esconde con ganas de crecer
hay una barra donde me esperas con la atención inminente
hay un consuelo frío en un ático de un rascacielos impersonal
hay mil puertas gritándote, la salida está aquí, dentro de ti
No comprendo tu ilusorio secretismo
todos te han visto subir al monte
y corregir el vuelo del águila
amamantar a la serpiente cuando dibuja sinusoidales
acarrear los cuerpos inertes desde las cunetas
amartillar la espoleta que prende la pira donde caen las ilusiones
dejarte juzgar por el ignaro
cortar el viento a pecho descubierto, sin miedos
y morir bajo las cenizas
y resurgir con el brillo de la alianza, del acuerdo efímero
y ganar, y ganar, y ganar
y no reclamar ninguna presea áurica, ni de latón siquiera.
Amanece en la escollera
el rey pescador despliega sus sedales,
los garfios quedan al aire
dos plumas dibujan un zigzagueo tranquilo sobre las aguas
una danza prodigiosa
salta, quiebra la ola pequeña, cabalga la gigante
cimbrea cual soltara y recogiera, el brillo de la luz
arranca trozos de destellos
me detengo a observar
a pintarrajear en un papel húmedo por el vaho del mar celoso
nacen mil grafías
otras tantas ideas de hilaturas sin nombre
comprendo tu dicha, al no esperar nada
porque todo valor
es relativo, un portento de lengua gruesa, lo describió
nada es verdad ni mentira
hay goznes grandes en puertas pequeñas
barcas inmensas sin marinos
o macetas sin flores
mas por ello no se acabaron los libros, ni la primavera
dejó de fluir
ya sé, ya sé, divago y claudico bajo la intemperie
pero qué más da, que da lo mismo, hoy quiero saber quién soy
y me dibujo por el ojo avizor de un pincel entregado
que reescribe mil biblias, o mil años de soledad
conjugan una rayuela sin números, ni cielo
acaso llegue un ramillete de flores anodinas preñadas del mal
sin nada que decirte
menos aún, aconsejarte, yo el menor de los jardineros
te ofrezco la conversación entregada
del añorado instante
compartido con la serpiente, antes de vislumbrar
el circular infinito del águila
volviendo al redil
donde las luces de neón asienten, anotan las horas
en el mismo perfil
sí, el perfilado espacio donde tus labios me descubrieron
y desde entonces
me asemejaron al trance de un derviche en el enésimo giro
al parar en tu regazo
tierno manjar de algodón dulce, y mordisco de miel.
Que el limón acidifique mis belfos, bajo el influjo impertérrito
de un dulce aldabonazo emergido del latente brío de tu interior.
Santiago Pablo Romero -Trigueros-