Aquella mañana, desperté con un sorpresivo e incomprensible deseo de ver a María Cristina, a quien no veía, desde nuestra infancia, allá por mis 6 o 7 años, y tal vez una vez más, de la manera más fugaz. Había transcurrido toda mi vida en el ínterin. Por cierto, no conocía a esta mujer en realidad, ella en Buenos Aires yo en Córdoba. Nunca había siquiera hablado por teléfono con ella. Todo esto, tornaba más extraño mi repentino impulso. Ella era mi prima. Era la hija de un hermano de mi madre, ya fallecido por aquellos días, con quien tampoco tuve relación alguna.
Yo estaba en Buenos Aires por cuestiones de trabajo, así que decidí llamar a Córdoba, a mi madre, que siempre tenía sus fuentes, para pedirle alguna pista. Mi madre me consiguió un número de teléfono, y ese mismo día, ya estaba llamando a Fulano, preguntando a Mengano, hasta que di con el número de mi prima.
Llamé al número en cuestión y me atendió un tipo bastante descomedido que me dijo que Cristina estaba trabajando, que llamara después. Era el marido. Esa tarde volví a llamar, y esta vez di con ella, que desde luego no sabía quién era yo. La puse al tanto de que yo era hijo de Pica, la hermana menor de su padre, y que quería pasar a visitarla. Ella, naturalmente, había oído hablar muchas veces de mi madre, inclusive me recordó y su tono de voz cambió de inmediato. Me invitó a cenar a su casa para el día siguiente, me dio su domicilio en Quilmes, en los suburbios de la capital, y me indicó la forma de llegar, solicitándome que le llamase antes de salir, así me iba a esperar a la parada del ómnibus, ya que el lugar podía resultar peligroso para una persona que no lo conociese.
Pasé el día con una extraña agitación. De alguna manera esta desconocida, me había despertado una inexplicable ansiedad. No podía comprender la razón, pero tenía una necesidad verdadera de verla y conversar con ella. Llegué al lugar indicado, baje del transporte y a pocos metros de la parada, pese a lo poco iluminado del lugar, pude observar a una mujer menuda, cubierta con impermeable de color claro, cabello rubio, lacio, y más bien corto, que lucía como esperando a alguien. Ella, pareció reconocerme en ese mismo momento;
–Federico……? –expresó con tomo inseguro….
–Vos debés ser Cristina –fue mis respuesta casi forzada, y prosiguieron los saludos de rigor entre dos desconocidos. Mi prima, era una mujer algo más joven que yo, bastante atractiva, –por un instante, lamenté que fuese mi prima–, bien arreglada, delgada, de cabellos seguramente teñidos, y unos ojos preñados de misterio, que hablaba con un fuerte acento porteño. Caminamos hasta su casa, muy cerca de allí, donde me presentó a su segundo marido y sus dos hijos –hijos del matrimonio anterior–. Ahora el marido, se esforzaba por mostrarse con toda su cordialidad.
Luego de la cena, hicimos una prolongada sobremesa. Era un viernes, y no había necesidad de madrugar al día siguiente. Los chicos se fueron a dormir y nosotros, quedamos conversando de nuestros padres, que eran hermanos, de la familia, de nuestras vidas………. Me contó que trabajaba todo el día, en la Dirección General Impositiva, que se sentía cansada, pero que estaba contenta porque le iba muy bien. Me comentó que a la semana siguiente, la someterían a una cirugía menor. Debían extraerle una piedra que tenía en la vesícula, seguramente estaría internada uno o dos días. Me aseguré de agendar el evento, para no olvidarme de preguntar por su salud, después de la cirugía. Cuando ya eran como las dos de la mañana, me llevaron el automóvil de la familia, hasta cerca de la Capital, donde podía conseguir un ómnibus para volver a mi hotel. Nos despedimos, de la manera más cálida, y quedamos en que no perderíamos el contacto. La tarde de ese sábado, regresé a Córdoba.
No sé como sucedió, pero pasó la semana de la intervención quirúrgica, y en ningún momento me acordé de llamar a su casa, aunque más no fuese por cortesía, para saber de ella. La cuestión es que cuando por fin llamé, ya habían pasado como tres semanas de la operación, me atendió en marido que, con vos entrecortada, me comentó que María Cristina había muerto, una semana después de la cirugía, luego de haber sufrido una septicemia.
La noticia, verdaderamente me sacudió. Fue entonces que comprendí que mi sorpresiva y notable necesidad de visitar a mi prima, tuvo seguramente alguna conexión, aunque no sabría decir de que clase, con este desgraciado desenlace. O habrá sido todo una casualidad. Una terrible casualidad, no lo sé, nunca lo sabré. Quién podría hablar con autoridad y seguridad, de tantos misterios inexplicables de la vida.
FEDERICO SERVANDO RODRÍGUEZ