La certeza de un día lluvioso
es lo único válido.
La caída de sus gotas
por mi pelo y en mis manos.
La promesa de perderme con ella,
de empaparme de ella
de vivirme, de mancharme
de olvidarme.
La firmeza del ser porque siento
su fresca tibieza,
porque bautiza mis emociones
en credos libres de pecados.
El ruego de sentir
sus cálidos regalos,
su tierra humedecida,
sus hojas cuajadas de vida.
El esfuerzo de revivir
la tierra yerma y seca
los ríos sin caudal
los lagos sin fondo.
El plácido temblor de los días
y las vívidas experiencias,
las palabras gritadas con los ojos
dichas para que tú las sientas.
La certeza de quererte siempre
a pesar de las lluvias
y por encima de la tierras
que nos cubren.
Rosa María Estremera Blanco -Ceuta-
Publicado en Luz Cultural
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