lunes, 3 de octubre de 2016

EL SILENCIO


Dentro del silencio, el cuerpo resuena.
La osamenta, la entraña, hace ruido.
Pulsos, latidos, gruñidos, explosiones.
A borbotones las maldi/visiones.

El silencio, cisne hierático de cuentos,
interrumpe la calma del perpetuo lago
con su triste graznido, eco que se pierde
en la ribera donde no hay princesas.

El silencio, lienzo, donde la nota triste
de una flauta famélica pinta la caravana
para siempre cruzando el desierto imposible
sobre los afelpados cascos de camellos.

El silencio, sereno ventanal a la calle,
luz del alba dibujando un trazo
de violín que desgarra un encaje de nubes
sobre la mañana sin azul del invierno.

El silencio, pulsación de cadera,
el segundo exacto antes que una mano
penetre el fulgor ebrio de una pandereta,
viole la superficie lasciva de una conga.

El silencio, sollozo de violón, atrapado
en la sangría sin fondo del recuerdo,
la presencia invisible de los que se fueron,
la hemorragiada hélice doble del olvido.

El silencio, grito electrónico, arrastrado
de un lado a otro de las pantallas
por una flecha tonta, para así clavarlo
a los mensajes que después se borran.

El silencio, música más bella, emanando
del angélico desorden de las esferas;
gargantas de mullidos coristas orgásmicos
cantando placeres de cúpulas y cópulas.

Del libro El jubilado de Alfredo Villanueva Collado -Estados Unidos-
Publicado en Editorial Alebrijes

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