Acaricio los cuernos de Caronte mientras mis espadas como labios erectos dan bocanadas de viento del terral. Mientras en ninguna parte, las cortinas se empañan, los toldos se arrinconan y la piedra de la desdicha pasea al atardecer. Y la penumbra como un pez en los brazos de una madre se agiganta y quema las respuestas que me izan todas las mañanas. Y cruzo sin miedo codo con codo los miedos salpicando de verdades los días procurando ayudar al encargado de guiar las sombras errantes buscando el otro lado del río, entre los árboles, justo al amanecer la paz de la ignorancia.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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