El día había salido torcido y regresaba a casa con el paso apresurado. Cuando me abordó un vendedor, acribillándome con el catálogo de seguros que representaba. Negué con la cabeza mientras intentaba escabullirme, pero él insistió. Me excusé con que tenía prisa. No se dio por vencido. Alabó las ventajas del seguro de accidentes, que él mismo tenía contratado y su cobertura en caso de sufrir un percance. «Otro día», le respondí. Entonces recurrió al chantaje emocional: la crisis, padre de familia, la hipoteca… Y una luz se me encendió. Disimulando un tropiezo, lo arrojé al paso de una Vespa.
Nicolás Jarque Alegre
Publicado en Raíces de papel
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