Cada mañana salgo a respirar el aire fresco, deambulo por las calles y paseos con la mirada alta, siento aletear mi corazón cuando escucho las risas de los niños jugando en los parques o veo esa placidez de los ancianos sentados al calor del sol.
Camino por la orilla del mar, me siento libre como las gaviotas que vuelan por encima de mi cabeza, mi mente es expande hacia el infinito. A veces el mar me habla a través del lenguaje de sus olas, me dice que sea fuerte como ellas cuando chocan contra el acantilado, para poder resistir los envites de la vida.
Otras veces, cuando el mar esta en calma, me aconseja que sea paciente y refrene mi paso, que no tenga prisa por llegar porque los buenos momentos hay que beberlos a tragos lentos y paladearlos despacio para que duren.
Mientras voy caminando rememoro los tiempos azules en los que todo era ilusión y por un momento vuelvo a sentirme niña como cuando hacia castillos en la arena, castillos que mas tarde se forjarían en mi corazón y que la marejada de la vida se encargo de arrasar con su fuerza destructora.
Ante mis ojos veo pasar la vida con sus días azules y nublados, me siento viva a pesar de mis borrascas y doy gracias por tener la dicha de poder contemplar tanta belleza.
Al pasar de las horas siento la necesidad apremiante de volver a casa para dejar que me envuelva de nuevo el abrazo de la soledad.
Maria Jesús Álvarez Huerta -Gijón-
Publicado en la Revista Aldaba 14
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Hace 4 horas
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