“Todo lo que se busca se puede encontrar, pero se escapa lo que se descuida”, Sófocles
Cuánto me gustaría que esta crónica pudiera influir modestamente en los políticos españoles, no importa el palo, para que leyeran esta novela de Alan Bennett. Una lectura que seguro les resultaría entretenida e interesante, pues se lee en un abrir y cerrar de ojos, dejando en el lector una agradable invitación a la necesidad de meditar sobre las cosas corrientes y molientes de esta vida. Esas que cada vez menos se valoran desde arriba y, que los de arriba procuran desdibujarlas para los de abajo y así tenerlos en estado pasivo como manada de corderos con perro ladrador de vigilante.
‘Una lectora común’ es una novela corta cuya trama provoca la grácil manera de relajarse, al mismo tiempo que reparte ingenio y un sustancioso sentido del humor; que estimula y provoca sonrisa suave para suerte y placer del buen lector, algo cotidiano que generalmente suele ofrecer a través de los tiempos buena parte de la literatura inglesa. La historia que se narra muestra ese enternecedor encanto, pues la protagonista principal resulta ser dama de muy primer orden: hablamos de su Majestad la Reina de Inglaterra.
Una reina que en una cena protocolaria le pregunta al presidente de Francia si ha leído a Genet, mientras el presidente galo, busca desesperantemente con la mirada a su ministra de Cultura. Algo que debe entenderse como poco usual, pues difícilmente se puede concebir un presidente francés que lea por simple apariencia ante lo ciudadanía y mucho menos no conocer a Genet, pues recordemos dos reconocidos políticos de ideas y militancias políticas diferentes. Me refiero a Pompidou y Mitterrand, advirtiendo que la lista se puede considerar bastante rica en el país de Voltaire. Aunque también es posible que esté poniendo ejemplos de un tiempo vivido que poco tiene que ver con el actual, donde la clase política solo habla y miente en gerundio sobre la situación económica y la corrupción, mientras dirigen la mirada con ojos bizcos hacia las alturas donde se encuentran los que dictan los planes y las leyes, que son quienes en verdad dominan el cotarro nacional.
Pero volviendo a la novela tenemos a su Majestad Isabel II, que como suele ser normal en esas alturas no leía literatura, dado que una cosa es el político francés, que también lo podemos encontrar en Inglaterra o Alemania, claro que a uno le dio por escribió Main Capms y recordemos la sangrienta tragedia que cubrió a Europa de llanto y luto. Así que la reina, un día sin lluvia, siente cómo ladran sus perros favoritos en el jardín. Inquieta su majestad, baja a ver qué ocurre allí, donde se encuentra la puerta de servicios de las cocinas de palacio, lugar jamás visitado por tan alta majestad, que sorprendida contempla el bus de la biblioteca ambulante del municipio de Westminster aparcada junto a los cubos de basura.
Y al lado, un pelirrojo piche de cocina enfrascado en la lectura de un libro. Como guardar las formas es lo primero, la Reina saluda al bibliotecario y a su pinche. Se informa de lo que leen y por cortesía y educación decide sacar un libro para ella, algo que es un honor para tan modestos servidores. Aquí comienza la gran e inquietante aventura de una reina que se inicia en el placer de leer -cosa insólita según cuenta narrador- y que no solamente se deleita con la magdalena de Proust y ese tal Genet que pone nervioso al político galo, permitiéndose además catalogar de muy pesadas las últimas novelas de Henry James, mientras le encanta Thomas Ardy y los clásicos.
Imprevisto azar que provoca esta apasionada pasión tardía por la lectura que le hace cambiar sus comportamientos y protocolos, utilizando análisis propios y no dictados, así como descubrir a sus cincuenta años de reinado como solo el legendario primer ministro Mac Millan ha sido el único político lector. Algo que le lleva a ver con claridad que con dicho panorama las cosas no pueden ir bien del todo en Inglaterra. Comedia con el más fino humor anglosajón, crítico y agudo hacia el poder político y mediático frente al cotidiano vivir de la realidad de la vida de los de abajo. De aquí, mi sano deseo por despertad un ingenuo interés por la lectura en los arriba, para que se acerquen a los de abajo. Y es que, a mis años, España me duele un poco.
Francisco Vélez Nieto
Publicado en el diario digital Siglo XXI
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