lunes, 25 de febrero de 2013

EL DÉJA VU DEL SEÑOR ANTROPOV


La nube en su cerebro se espesaba, se hacía tátil. El señor Antropov se irguió levemente en su cámara de tiempo. Pudo, apenas, lograr que su rostro se reflejara en la lámina transparente de la escotilla. La cicatriz en la mandíbula inferior y en el cráneo lo redujeron a un solo pensamiento: Braunau an Inn. Los fogonazos en su memoria fueron terribles. Una, dos tres y más veces: su cuerpo se trasladó a un bunker en Berlín como si lo hubiese vivido.

Una, dos, tres y más veces la nube se volvió enceguecida: Eva, Joseph con su familia; y él mismo: el señor Antropov. Una extraña fuerza que iba desde su boca hacia sus sentidos lo absorbió.

Lo primero que vio cuando volvió en sí fue la penumbra de las aguas del río Biederitz. Oscuras, ásperas. Golpeó insistentemente el reloj espacio-temporal de su cámara, que marcaba el año 1970 y una zona, que apenas recordaba, a 11 kilómetros de Magderburgo.

Y se sintió carnívoro por primera vez... o ¿lo había programado antes?

Su mano tocó las cicatrices, lo cocido que atrapaba la carne. Y otra luz, otro fogonazo, dio un reflejo que le hizo recordar: él mismo pidió los implantes en su cuerpo para obtener una muestra de ADN y así compararlo con los restos que guardó en los archivos de la KGB. Probar que el lider que había arrastrado a millones estaba muerto era esencial para la humanidad.

Supo y no pudo reaccionar, la densidad de las línes temporales iba mucho más allá.

Hubo un último fogonazo, casi eléctrico.

La nube se disipó y el reflejo de la escotilla le devolvió, entre sus manos desesperadas, el primero de los nacimientos de los dientes de Hitler en su mandíbula.

Fabián San Miguel -Argentina-
Publicado en la revista Ficciones Argentinas

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