Costábale a Circe abrazar la idea de que Ulises no la amara. ¿No yacía acaso en su lecho cada noche?¿No habían engendrado juntos hijos que correteaban por palacio? Cierto es que había recurrido a sus habilidades de hechicera para que la estadía de su amado se extendiera en el tiempo, pero largos años habían transcurrido desde entonces y él aún permanecía preso de sus encantos.
Mas era otro nombre el que su boca pronunciaba al entregarse en brazos de Morfeo; el nombre de una mujer lejana que habitaba en tierras de Itaca.
Se consoló elucubrando en su mente otro argumento que distaba de lo sentimental; imaginaba que un sentimiento de culpa invadía al soldado por haber dejado librada a su suerte a esposa, hijo y tierra al correr tras la aventura.
En vano procuró que él olvide. Cada noche volvían los recuerdos disfrazados de sueños.
Sumergida en la pena, decidió dejarlo partir, abrigando la esperanza de su retorno. Quizás aquella ya no lo esperaba, ni su hijo lo recordaba, ni sus tierras le pertenecían. Preciso era que él lo comprobara y pudiera así dejar atrás un pasado remoto y entregarse de lleno a la pasión actual que ella le ofrecía.
Lo vio marchar una mañana. Se quedó en el puerto hasta que la nave no fue más que un punto en el horizonte.
Dicen que aún lo espera, mientras practica hechizos para acortar el tiempo.
MALENA
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