sábado, 23 de febrero de 2013

HISTORIAS DE APARECIDOS


El perdido más viejo del mundo
- Eduardo Patrocinio Muñoz Estrada, apareció después de sesenta años.

Por Alfonso Hamburger

Ni estaba perdido ni andaba de parranda, como muchos creen. Tampoco debe ser calificado como el sanjacintero más ingrato del mundo, todo porque haya demorado más de 60 años sin comunicarse con su familia, que ya lo daba por muerto. De todos modos, para sus parientes, ha sido el mejor regalo de diciembre y la mayor entretención para refrescar la lengua y la memoria en reuniones familiares, sancochos y parrandas de año nuevo.

      Eduardo Patrocinio Muñoz Estrada, a quien le habían buscado un reemplazo bautizando un hermano menor con su mismo nombre tratando de llenar el vacío de su ausencia, se fue de San Jacinto huyendo de los castigos de su padre, Eduardo Muñoz Castro, cuando sólo tenía once años e iba para los doce. La última razón que tuvieron de él fue a los veintiún años, cuando terminó de pagar el servicio militar en Bogotá, recibió su libreta de primera clase y desde allí perdieron su rastro, hasta que el pasado 30 de diciembre, cual Niño Dios, se presentó en casa de la familia Viana - Muñoz, con 80 años y un rictus risueño. Llevaba puesto unas gafas de montura gruesa, un sombrero llanero de ala corta y un maletín. Al salir de Arauca, donde ancló su barco andariego, sin mujer que le recriminare -pues su esposa murió- y donde levantó a sus cinco hijos, diez nietos y cinco bisnietos, su hija Marlene calculó que si sus familiares aún lo recibían, un alojo y un bocado de comida, “se le dan a cualquier peregrino” y se vino.

      ¿Qué le pudo haber pasado a un hombre para demorar más de 60 años perdido de su pueblo y su familia? ¿Qué cosas buenas, regulares y malas pasaron en el mundo y en su pueblo mientras anduvo de corredurías?

      Lo primero, antes de hacer un balance de los hechos, fue revisar casos parecidos, como el del guitarrista Camilo Cantillo, que fue a hacer un mandado en Sincelejo hace 50 años, desde su Calamar natal, y aún lo están esperando: A diferencia de Eduardo, sus familiares saben que Camilo está vivo. En el caso de Eduardo, había dudas, porque cuando salió del cuartel, fue enviado a zona de guerra, donde se sabía cuándo se entraba, pero pocas veces cuándo se regresaba.

      Otro celebre perdido del pueblo es Jaime Herrera Vásquez, que se fue de Bajo Granda a trabajar para aquel lado del río hace 40 años y se lo tragó la tierra. O el caso del popular jugador de fútbol  Nando Olivera, conocido como la Nigua, igualmente desaparecido. Son muchos los casos.

      No obstante el silencio y los años que casi todo lo borran, Aminta Muñoz Estrada de Viana, su hermana mayor, de 83 años, madre de once hijos -siete varones y cuatro hembras- aún conservaba sus cartas y guardaba una leve esperanza de que estuviera vivo.

      La última noticia que recibió del andariego, fue al nacimiento de Nelson, el más polémico de sus hijos, destacado deportista y maestro de escuela, quien nació el 26 de julio de 1957. Aquella vez, su hermano se regocijaba en una carta del nacimiento de un nuevo varón, pues después del primogénito Oscar, que vive en Santa Marta, habían tenido tres niñas en fila india. Esa fue la última carta. Pasaron más de 56 años sin razones ni grandes ni chichas.

      Sus hijos, unos más que otros, aunque nunca lo habían visto, a veces sacaban a relucir la historia de aquel tío remoto, amorfo, imaginario, que un día se fue de casa huyéndole los lapos de su padre y no volvió. Leónidas, el más inquieto de todos, escritor de cuentos y amante de la virtualidad, prendió el motor de búsqueda apoyado de la Internet, pero no tuvo respuesta. Fueron tiempos en que cuanto Muñoz salía en la prensa revisaba a ver si era su pariente, como la vez que fue raptada una niña Muñoz, hija de un político, que resultó con ramales del Atlántico, pero nada.    De allá, preciosamente, de Piojo, Atlántico, provienen los Muñoz que un día se asentaron en San Jacinto, a finales del siglo XIX, por los lados del corregimiento de Arenas.

      Durante la ausencia de Muñoz Estrada, en Colombia pasaron por el Palacio de Nariño 19 presidentes y ocurrieron dos guerras mundiales. En San Jacinto hubo varias masacres, mataron alcaldes, concejales, un cura, un notario. Los Gaiteros le dieron varias vueltas a la tierra, ganaron un Grammy Latino y Congos de Oro. Rodrigo Rodríguez gana igual premio Gramy Latino; murieron Pepe Rodríguez, Toño Fernández, Andrés Landero, Juan y José Lara y Ramón Vargas.
      Nunca supo de la muerte de su padre, en Barranquilla, ni del nacimiento de dos hermanos naturales, pues su padre tuvo dos matrimonios más. Su madre había fallecido cuando tenía cinco años, de modo que no soportó los látigos de su amargo padre y se fugó. Cuando eso sucedió, Alberto Lleras Restrepo regía los destinos del país, pero no sabe la fecha exacta. Sólo sabe que nació en la calle de la muerte, una cuadra antes del cementerio, un 12 de mayo de 1933. Se fue con 11 o 12 años y regresó casi de ochenta, con mucho recorrido, pero con un solo nombre.

 - Cuando fui a sacar la cédula, decidí quitarme el Patrocinio, porque no me gustaba.
Ahora se llama sólo Eduardo Muñoz Estrada. Su pinta es la de un cachaco, un cachaco llanero, que habla con un dejo de grosura y pausado, que luce un sombrero negro de ala corta. Se fue costeño y regresó cachaco, después de ser uno de los soldados que participó en la captura del guerrillero Guadalupe Salcedo, de montar caballos y bailar joropos.

 - Guadalupe se entregó con seis guerrilleros más, pero después lo mataron en Bogotá, señala.
Después de salir del ejército se quedó en los Llanos, porque allí se enamoró de la mujer que le dio cinco hijos, diez nietos y cinco bisnietos. En todos esos años hizo de todo y aunque pensaba en su pueblo, nunca se le ocurrió regresar.

El regreso

     El día que Aminta, su hermana mayor, habló por teléfono con él, después de sesenta y pico de años sin oírlo, la voz no le dijo nada. Al otro lado de la línea oyó la voz pausada de un cachaco viejo, algo así como la de un Gaspar Ospina anciano, pero estuvo a punto de morirse de emoción. Se puso a llorar. Ambos lloraron. Entonces decidió venir al reencuentro.

      Todo había ocurrido un mes antes. Su hija Marlene Muñoz caminaba por el centro de Arauca, cuando vio el letrero: “Panadería San Jacinto”. Fue donde se acordó que su padre era de aquel pueblo lejano del que le había hablado alguna vez. Se les prendió el sentimiento. Visitaron la panadería y se encontraron con un hombre jovial, dicharachero, afable, abierto y cordial, como todo buen sanjacintero. Podrá tener unos 52 años y se llama Luis Barrios. Los primeros contactos fueron un poco dudosos. Preguntó por sus familiares. Recordó sitios, calles, nombres de barrios, dichos como kaccula tú (que usa todo sanjacintero que se respete). Sectores como Miraflores, calles como Yuca Asa y La Fuente. Pintó en sus recuerdos la cuadra donde nació, con un puente de tablas para pasar el cañito de olores podridos, antes del cementerio y dio en el clavo. El pueblo estaba allí. Algunos de sus familiares viven bien, han progresado.

      Su sobrino Nelson Viana Muñoz, coincidencialmente, el motivo de la última carta que envió (que demoraban entonces 30 días en llegar) fue el primer contacto con la familia. Hablaron y se pusieron de acuerdo. El viaje de Arauca a San Jacinto, por carretera, es escabroso, dura por lo menos 33 horas.
      Llegó de madrugada, en medio de ese viento frío y el canto acompasado de los gallos, el pasado 30 de diciembre y desde entonces no han parado de hablar y de festejar, dando crédito a aquello que “habla más que un aparecido”.

      Los Viana Muñoz, hijos de Aminta Muñoz Estrada con Toño Viana, un campesino sin tierra de 94 años que hizo 11 profesionales exitosos, postergaron parrandas y citas callejeras, porque se dedicaron a compartir con el tío aparecido, para ponerse a paz y salvo con la distancia, el tiempo y los recuerdos. Con la jovialidad propia de la familia, el primero de enero, en la ya célebre parranda de integración en la finca Villa Luna, la figura fue el aparecido, que se convirtió en la vedette y motivo de inspiración de músicos y verseadores.

      De San Jacinto, el aparecido más viejo del mundo, prepara maletas para Barranquilla, donde están los otros hermanos y donde yacen los restos de su padre, aquel viejo amargo, Eduardo Muñoz Castro, por quien decidió abandonar su casa.
      La última vez que lo vio fue el día que lo mandó a la laguna a buscar unas bangañas de agua. El niño se negó, entonces el viejo salió persiguiéndolo por el camino real, más arriba del pueblo, por los lados de Arena, para castigarlo. Se escondió en unos arbustos y lo vio pasar resoplando con un rejo en la mano. El viejo siguió de largo, furioso, hasta llegar a la casa próxima en el camino, donde preguntó por el pelao rejugado y flojo y al no hallarlo regresó con las mismas. Una vez lo vio perderse en el camino, el niño tomó rumbo de San Jacinto, de donde se fue con unos primos como ayudante de cacharros. Llegaron a Barrancabermeja, donde volvió a quedar en el aire, pues su pariente Antonio Estrada, dirigente sindical, olió que lo iban a matar los del Gobierno, no espero que amaneciera y desapareció.
      Al quedar solo, en vez de regresar, Eduardo siguió para adentro, hasta meterse en el mundo del llano, donde hizo de todo para forjarse, hasta este diciembre, en que picado de nostalgia, retornó al pueblo que lo vio nacer.

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