Una cascada de flores me acoge, mientras
observo encantada centenares de vides abrazadas
a las ramas de los árboles y al alto pino,
recubiertos de muchísimos
racimos de glicina pincelados de rosa-azul,
en el jardín del alba naciente.
De los juegos de luces de colores, las vides enredadas
aparecen como serpientes gris-perla
que resbalan lentamente entre las ramas
y se pierden contra el sol que surge.
Masas de viento arrancan
otras flores de la glicina, que como maripositas
se dejan llevar en una lenta danza de muerte y caen
sobre el prado recubierto de violeta-azul.
En el alba que roza, observo encantada
el jardín recubierto de racimos de glicina
traspasados de espadas de diamante que pasan
velozmente entre las ramas, sembrando rayos
de oro que explotan entre los árboles.
Algunos pájaros dan vueltas en el cielo
y se posan en el manto
de flores moribundas que vibran
a la llegada del día naciente.
La lluvia de flores continua
desde el grande pino emprisionado
de las serpientes gris-plateado que parecen
enlazarse al infinito entre las agujas
que brillan como esmeralda.
Placentero silencio al desaparecer el alba,
Alternados con el gorjeo de los pájaros
que parecen cantar a la llegada del día.
Un ruido sordo y una piña rueda a mis pies, dejando
el manto herido de verde, mientras el alba desaparece
recubierta de la luz de la mañana.
Elisabetta Errani Emaldi
Publicado en la revista LetrasTRL 54
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