La hormiga ha subido a la mesa. Ella la contempla imperturbable. Él, al que le da asco aplastar a la hormiga con un dedo, la hace caer. Unos minutos después la hormiga, de nuevo arriba de la mesa, se acerca a unos granos de azúcar. Cojea ostensiblemente. Él derrama todo el azúcar de un sobre encima de la hormiga. Y la escucha ahogarse. Ella también oye cómo se ahoga, y logra seguir tomándose el café y hasta logra sonreír e incluso logra comenzar a hablar de fútbol.
FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES (Cuba / España)
Publicado en Los Libros de las Gaviotas
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