Me hostigan los venablos de las horas
en su incesante y uniforme giro.
Menos insignes cuanto más las miro,
aun juzgándose tan reveladoras.
Me recalcan las máximas sonoras
que a menudo escuché, mas ya no admiro,
que el tiempo es oro, que huye en un suspiro,
o bien sobre sus dotes redentoras.
Mas ni me hace pensar ni me reprime
su zancada ligera, ni me imprime
congoja o ansiedad su acontecer.
El tiempo es sólo un punto que, perdido,
por otro idéntico es sustituido,
y a quien otro lo habrá de suceder.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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