Habíamos sido amigas desde niñas. Lo sabíamos todo la una de la otra. Fue duro cuando su madre me pidió como favor que recogiera yo las cosas de su habitación después del accidente. Toda esa ropa que ya no intercambiaríamos, todos esos peluches amontonados a un lado, bajo la ventana, uno por cada uno de sus veintiún cumpleaños, las cosas de su corcho, sus libros, su vida. Cuando entré en su dormitorio, me paré en seco, aún olía a su colonia. Me senté en la cama, dónde tantas noches habíamos estado hasta las tantas hablando de chicos y confesándonos. Sobre la mesita de noche había un marco con una foto. En ella Sofía miraba hacia arriba, sonriendo, como si mirara a alguien especial, me pareció que el papel estaba arrugado para ocultar la mitad de la imagen. Abrí el portarretratos y vi que en la parte oculta había otra mujer.
AZAHARA OLMEDA
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