El recuerdo es vecino del remordimiento. Víctor Hugo.
Guardo para mí la terebrante obsesión de que aún resta el castigo por lo que hicimos. El mismo día que abandonamos la Tierra decidimos alterar la verdad. Cuando miro al cielo y veo a Júpiter impertérrito custodiándonos, pienso que si fuera el juez severo de la mitología que le puso nombre, ya habría levantado su puño para aplastarnos. Cada nueva noticia sobre este maravilloso y brutal universo, temo que esconda el prólogo a nuestra condena.
Hoy en la clase, quienes ya nacieron en esta luna que escogimos como refugio, han vuelto a insistirme, a mí, a su anciano profesor de Historia. No me preguntan por Baal, el cometa que impactó contra nuestro hogar de antaño condenándolo a no ser habitable durante eones. Sus dudas siempre son
acerca de aquélla que con cándida esperanza, decidimos denominar "La Última Guerra", y que masacró a prácticamente toda la Humanidad. Una muchacha sagaz ha estipulado "si Baal no se hubiera abatido sobre la Tierra y su amenaza hubiera detenido la fase final de la guerra, los hombres nos habríamos extinguido por nuestra propia mano... ¿puede decirse que, curiosamente, Baal salvó a la Humanidad?"
Tras asentir, he denominado a su afirmación como "paradoja cósmica". Después, en casa, me he mirado al espejo y he llorado. ¿Cómo explicarles a las nuevas generaciones el más horrendo de los crímenes perpetrados por los humanos? ¿Cómo contarles que jamás hubo Última Guerra alguna y que sólo teníamos tecnología y recursos para trasladar a unos exiguos 144.000 supervivientes? ¿Cómo justificarles que dejáramos perecer a más de veinte mil millones de personas, que nos seguimos sintiendo como Caín tras asesinar a Abel y que lo único que suplicamos a Dios o al Universo es que nuestros hijos y nietos no tengan que pagar por lo que nosotros hicimos?
Carlos Díez (España)
Publicado en la revista Minatura 119
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