¡Por fin ha llegado el día esperado!
Tras años de investigaciones los trasbordadores están preparados, pronto abandonaremos la Tierra y partiremos hacia nuestro nuevo destino.
Alzamos las copas y brindamos con el vino de las últimas uvas del planeta. Detrás dejamos una bola yerma, desiertos, mares sin vida y todo un paraíso de hormigón y metales. Un cascarón a la deriva, girando estúpidamente alrededor del sol sin posibilidades de redención, sin la utopía de un nuevo principio cuando no estemos.
Que fácil fue todo una vez que nuestros científicos hallaron la verdad. Una vez comprendida, la moralidad quedó en el pasado, ni los ecologistas más radicales tuvieron argumentos para rebatirles.
Nunca fuimos genuinos de la tierra, éramos su virus. Tras años de estudios se llegó a esa conclusión, los verdaderos “humanos” eran los Neardentales. El homo sapiens simplemente era un organismo invasor de replica y mejora genética. Preparados para exterminar a los habitantes del mundo y arrasar con este. Sin más, sin otra meta, éramos el cáncer del cosmos.
Una vez asimilado todo fue muy deprisa, se acabaron las pocas contemplaciones con el planeta. Se abrió la veda de caza para todas las especies, mares esquilmados, niños que disfrutaban vertiendo ácido sobre los bosques, tiro al blanco con pingüinos, choques entre petroleros, pruebas atómicas sin control…
Y ahora tenemos un nuevo objetivo. Un planeta de la constelación de Orión habitado por unas criaturas pacificas y primitivas, mamíferos parecidos a nuestros extintos Koalas, ¡jajajaja, seguramente cuando aterricemos pareceremos unos putos osos amorosos!, pero ya lo tenemos todo claro: no pararemos hasta que el universo sea un enorme vacío negro.
Manuel Santamaría Barrios (España)
Publicado en la revista digital Minatura 119
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