No me dejan vivir,
vivo en el sin vivir
y acabaré muriéndome
de vida no vivida.
Más, sin embargo, amigos,
vieja y grata costumbre,
al declinar el día
me refugio en un sorbo de café
y, en la ciudad de México,
reinvento Andalucía,
en donde no viví,
en donde fui habitante
como aquí, nada más,
aunque también allí tuve el consuelo,
rarísimo consuelo,
del papel, de la pluma y de la tinta,
para hablar con mis
muertos y mis vivos,
y amigos invisibles e instalados
en la luz del futuro y en la proximidad,
paradoja sin fin, de la
distancia.
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