(I)
Entre las sábanas, estar contigo.
Estar, estar, sin más; en el reposo
de quien ya lo ha hecho todo, y silencioso
deambula por la piel, íntimo amigo.
Amigo, sí, que es además testigo
de tus hondos misterios, casi esposo,
pero con gracia y sed, y en tembloroso
ademán de doméstico o mendigo.
Sobre ti resbalándose las yemas
de mis dedos, estrofas de poemas
improvisados, y a la vez ambiguos.
En esa dulce, complaciente calma
oscilando entre el músculo y el alma,
ambos, como nosotros, tan contiguos.
(II)
Remontamos la cima del deseo,
y desplomados en quietud sedosa,
percibimos latidos de dudosa
identificación. Me ves. Te veo.
Escucho tus conceptos. Te sondeo
hasta el fondo del alma silenciosa,
mas sólo en esta aurora luminosa.
Cuanto fue antes de mí no lo rastreo.
Mi vida empieza en ti. La tuya empieza
sólo al momento en que tu pie tropieza
sobre la blanda roca de mi asedio.
No tenemos historia, la forjamos.
Si mutuamente nos aprisionamos,
¿qué somos, sino locos sin remedio?
(III)
Tan leve el tacto en hora tan serena.
La galerna ha cedido a la bonanza;
es rosa el puño que esgrimió la lanza,
susurro el grito, ventanal la almena.
La paz tras el combate desordena
convulsión y arrebato; se afianza
la calma a media luz, y una alianza
de espíritu y corteza entra en escena.
Cierras los ojos y abres la sonrisa,
flotando en esa atmósfera imprecisa
de los amantes entre orgía y sueño.
Te ovillas junto a mí, inmóvil, desnuda,
la mente huérfana de agobio y duda.
Qué mundo el tuyo, del que me haces dueño.
(IV)
La noche, mansa, inadvertidamente,
y en paz de cuna, se nos ha dormido,
tras mi susurro al borde de tu oído,
con tintes de sensual y de inocente.
En la alta madrugada, de repente,
me despierto en tu abrazo sumergido.
Quedo inmóvil, y observo conmovido
tu sonrisa irradiándome el ambiente.
Presiento que soy parte de tal sueño,
tornándose mi rostro tan risueño
como el que estoy a punto de besar.
No te desveles aún, sigue flotando
por tu región azul, desentrañando
cada enigma que te hace suspirar.
(V)
Se anuncia la alborada. En la persiana
la luz recién nacida curiosea.
¿No hallará otros amantes en la aldea
desperezándose a hora tan temprana?
Te despierta el tañer de la campana
del vecino convento, y la marea
de mis dedos, que asciende y serpentea
sobre tu playa de oro y filigrana.
En tu rostro aún anida la sonrisa
que no apagó la noche. Tanta prisa
por besarme otra vez. Y no te esquivo.
Íntimo, intenso, el día comparece
al final de la tregua, y estremece
cada sentido en vértigo explosivo.
(VI)
Audaz y sobre mí, sin fingimiento,
con el cuerpo y el alma acoyundados,
dispuesta a cometer cuantos pecados
inventara el amor más turbulento.
Sedienta tú de mí, de ti sediento,
me bebes y te bebo. Diez arados
labran mi piel, y quedan roturados
tus campos por mis once. Te presiento
momentos antes de sentirte, y hundo
mi vigor en el tajo más profundo
abierto a mi deseo y tu placer.
Las sábanas, revueltas y encendidas,
escuchan tu gemir, mis embestidas,
y nos contemplan, sin saber qué hacer.
(VII)
Siempre pareces nueva. Te reestreno
cada vez que mi súplica te alcanza.
No es ya mi propia piel que se abalanza,
mi alma también degusta tu veneno.
Cianuro o elixir, susurro o trueno,
ni analizo ni adopto, en tu balanza
todos pesan igual, y mi hambre avanza
sólo hacia ti, porque si es tuyo, es bueno.
Por eso estoy aquí, desarraigado
de abrazos y promesas del pasado,
desalojados ya de mi zurrón,
que se colma de ti día tras día:
Idea, sentimiento, anatomía,
en íntima, intrincada ligazón.
(VIII)
Desayuno en la cama. Ni eminente
ni palurdo ritual, mas ventajoso;
simple remanso en el fluir sedoso
del manantial que progresó en torrente.
Un alto en el camino. La corriente,
tras devenir caudal vertiginoso,
se procura un momento de reposo,
previo a la intensa etapa subsiguiente.
Entra el sol en la alcoba. Su llegada
aporta un aire de caricia alada
en revuelo gentil sobre la fiesta.
Risas y bromas y afectivo tacto
saturan la quietud del entreacto,
mientras la nueva tempestad se gesta.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-

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