Observo el surtidor, cuyo arco insiste
en su copla monótona en la fuente;
desierto está el jardín, y aun sin oyente
para su gozo o llanto, no desiste.
En el arpa del alma emerge un triste,
lánguido acorde, y fluye hacia la mente.
¿No estaré yo cantando inútilmente
a un auditorio que en verdad no existe?
La tarde, de repente, es más sombría;
me encuentro en una inmensa galería
por la que avanzo sin saber a dónde.
De pronto la razón se me ilumina.
¿Qué importa si no hay nadie en cada esquina?
Yo hablo al hombre interior, y él me responde.
Francisco Alvarez. EE.UU
Publicado en la revista Oriflama 16
lunes, 4 de junio de 2012
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