jueves, 7 de junio de 2012

AMASARÉ MI PAN


Las he visto al pasar, y me entristecen,
almas enflaquecidas,
hambrientas de belleza y de ternura,
mendigando limosna en las esquinas.
Cuanto más pobres son, más transparentan
las urgencias primarias de sus vidas.
Tienen ojos de júbilos dormidos
clamando por campanas que repican
solemnes gritos de resurrecciones,
manos desheredadas de caricias.

Saben que hay un banquete, han escuchado
música de violines que se filtra
por las amplias ventanas entreabiertas
de la vieja alquería;
y han visto en los cristales las siluetas
de parejas en danza, y en la brisa
les llega el suave, refinado aroma
de manjares que casi no imaginan.
Festín de amor, y no han sido invitadas;
no lo son con frecuencia las más dignas.

Amasaré para ellas pan de versos,
con acordes, y rosas, y caricias,
y en voluptuosidad de horno gozoso
quedará su corteza definida.
Pan de cuanto carecen,
pan caliente que nutre, que reanima,
el que siempre han buscado,
absorbido a través de sus retinas,
que incrementa el deseo de ingerirlo
para robustecerse, y enseguida
dárselo a los demás a mano abierta.
¿No es así que el amor se justifica?
¿No es obtener para distribuirse?
Ah, el destino dorado de la espiga,
la sangre roja o blanca del racimo,
el primor del jazmín, la clavellina.
Dádiva liberal, que no retiene,
que a través de los dedos se desliza.

FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Angeles-

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