Del vapor al carbono
El profesor acaba de descubrir la proporción exacta de los ingredientes para animar el ser artificial en el que llevaba trabajando años. Había perdido la cuenta de los intentos realizados, experimentando cada vez con un fluido de distintas características. Estaba muy orgulloso de su obra, basada en sus experimentos con un elemento nuevo: el carbono. Con aquel material había sido capaz de desarrollar unos microrganismos dotados de energía autónoma que, posteriormente, insertaba en una solución ligeramente salada. Estaba seguro de que aquel fluido iba a proporcionar la fuente de energía para activar la criatura.
Finalmente, había llegado el día. En la camilla descansaba el cuerpo desnudo e inerte de aquel ser que él había diseñado a su imagen y semejanza: dos miembros inferiores, dos superiores, un tronco y una cabeza. El profesor abrió la boca de su creación e introdujo el tubo. Una vez bien colocado, comenzó a verter con ayuda de un embudo el fluido que tenía preparado. Cuando el ser estuvo repleto de líquido, sólo le quedó esperar.
Entonces decidió ponerle nombre. “Hombre” le pareció adecuado. Era corto y contundente, y significaba “igual” en aquel lenguaje olvidado del que ya nadie se acordaba. La euforia lo invadió en cuanto comprobó que la criatura respiraba. Decidió darse un homenaje y se sentó a la luz de los candiles, al lado de la caldera. Tomó la tubería de conexión y se la insertó en la válvula del tobillo. En cuanto el vapor empezó a entrar en su cuerpo, pudo relajarse. Poco a poco sus capilares se fueron alimentando con el calor gaseoso y una oleada de placer lo invadió. Sabía que la comunidad científica cuestionaría su creación carbonada pero estaba dispuesto a defender aquella nueva forma de vida frente a sus congéneres a vapor.
Cristina Jurado(España)
Publicado en la revista digital Minatura 116
sábado, 4 de febrero de 2012
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