Allí estaba el enorme atún,
más de doscientos kilos,
totalmente inmóvil,
soportando el pegajoso calor
y las miradas curiosas
de cientos de personas,
esperando al matarife
o ronqueador y sus cuchillos
que irían lentamente
para que nadie perdiese detalle,
separando su cuerpo
en sabrosos trozos: barriga,
morrillo, tarantelo, carpacio,
ventresca, brandada,
que después serían degustadas,
devoradas por ellos, por ti, por mí,
en bares y restaurantes.
JOSÉ LUIS RUBIO
No hay comentarios:
Publicar un comentario