Dios se oculta tras un manto gris y moviente,
combando la cama celestial.
Se deshace la lluvia sobre las palmas de las manos
suplicantes.
La sirena de la muerte aúlla en la mitad oscura
del día.
Sopla el viento;
un bosque muerto sostiene la techumbre
sin paredes.
Siete gatos tristes buscan la quinta pata
o el pico abierto que quita hambre.
La tela metálica oscila,
y la saliva de Dios,
la sempiterna saliva de Dios,
la maldita sempiterna saliva de Dios,
cae, cae, cae.
El viento grita,
y Dios sigue oculto tras el manto gris.
Siete pares de ojos que se miran
en silencio,
y las manos siguen vacías,
bañadas por la saliva de Dios,
cayendo, cayendo, cayendo...
Francisco J. Segovia
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