Sopla el viento en la montaña,
esparciendo polvo y polen,
y que las ramas tremolen
al soplo de finta huraña.
La cabeza se enmaraña
se dibuja una sonrisa,
leve, tal vez de una prisa,
porque todo es maravilla
cuando la natura ovilla
hasta la más débil brisa.
La montaña tiene aroma
y música en cada instante,
quizá silencio constante
siendo parte de su coma.
Apenas en otra loma
prenden los pinos y cedros,
y peñascos decaedros
allí milagrosamente,
no hace falta tal la mente
para ver lejos y redros.
Con un par de buenas botas,
la cantimplora con agua,
de la vertiente que fragua
más allá abajo las motas.
Los venados en patotas
huyen muy despavoridos,
y viejos picos dormidos
quedan totalmente mudos,
con sus riscos puntiagudos
en los milenios perdidos.
La noche va de improviso,
a su tierno amanecer,
como si a diario nacer
fuera otro veloz permiso.
Nada, por tal queda omiso
ni la huella, ni la alba mella,
ni otro beso que la sella
dulcemente en una pausa,
la bondad tan solo causa
alguna flamante estrella.
Eloy Nepo
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