De lo único que disponemos es del cuerpo...
porque el alma, en cuanto no respiramos
nos abandona y se va al cielo, volando como una paloma;
descendemos, caemos o nos empujan por los pozos
abandonados, que los que los hicieron no los taparon.
Casas de mi pequeño pueblo -Totalán-
allí se quedaron para siempre, los pequeños
o grandes recuerdos, del aro, las canicas y los amigos,
del barrio, también hay pájaros azules,
alimañas y caballos alados, ropa polvorienta
y mucha arena, -que no sé quien la puso allí-.
Calles borradas eternamente por la luz,
oh, la ciudad de los muertos y iglesias con campanas
que no hablan, muchachos que juegan en la nieve;
frágiles primaveras en los bosques malditos.
Yo me voy continuamente por el pozo hacia abajo,
a la isla más triste de las aguas, sólo con lo puesto;
-gimen tan lejos las madres en cuclillas-
el hermano muerto araña llamándome
los cristales del cielo.
Meto en una saca un mendrugo de pan enmohecido,
por si mi hermano tiene hambre, busco y abro
la puerta del cielo... y le digo a mi hermano:
que suave y delicada es esta muerte...
-no es la muerte- era el jardín aciago,
pero ya no tenemos nada, todo se ha acabado...
RAFAEL CHACÓN MARTEL
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