Mi deseo interno es que al escribir este tema puntual, os entre a todos el “gusanillo del papel y el lápiz”. Ambos son elementos indisolubles el uno sin el otro no tienen razón de ser. Una hoja en blanco es un espacio vacío y un lápiz sin punta un trozo de madera. Sólo eso. Sin el grafito sobre
el que pueda garabatear sobre ese papel impoluto, ninguno de los dos tienen vida. Están muertos.
En el Parnaso, la morada de los dioses, la bella Calíope (diosa griega de la poesía, la palabra y la elocuencia (“Carmina Calíope libris heroica mandat”), enseñaba a su hijo Apolo, bello entre los bellos, que la fluidez de la palabra escrita en una tablilla tenía tanto poder, que igual podía enamorar a la persona amada como mandar ejecutar al enemigo sin que el propio condenado lo supiese. Solo había que saber ejercitarse en la escritura; tan importante era saber manejar un arma para salvar la vida, que empuñar la pluma para expresar el sentimiento.
¿No habéis tenido nunca la tentación de escribir un diario íntimo? ¿O tener una hoja suelta en la que poder soltar la rabia contenida? Pues os digo que funciona. Posiblemente alguien pensará que es una tontería pero, más o menos, es como ver una fotografía de cuando eras una niña, una jovenzuela y compararla con el día de hoy.
Lógicamente te preguntas -¿esa soy yo?- ¡Imposible! -te respondes¬-. Pero resulta que aquella niña desgarbada con ricitos y puntillas eres tú. Lo mismo ocurre cuando has escrito algo hace mucho tiempo y, un día, aparece en un rincón cualquiera de cualquier cajón.
Cuantas historias ocultas se han encontrado escritas en un cuaderno, en una servilleta de papel o en la esquina de cualquier revista o periódico. Y ¿sabéis por qué? Porque en el corazón ya no cabían.
Carmen Adelantado
No hay comentarios:
Publicar un comentario