Habito el corazón
de este boscaje denso
que, a la hora del frío y de la muerte,
depone sobre mí
sus alamares rojos.
Por el calvero de las ramas
desciende una gavilla cenital
de sables infinitos
que inundan de color
el horizonte oscuro de la leña.
Y miro hacia esa luz de amanecida
que, al dorso del ocaso,
ha vertido la paz
en los regueros de la sangre.
Las hojas caen como
lenguas lentísimas de otoño,
y dejan en el barro
sus auroras de luz, sus altas
lunas de incendio y de ceniza.
Del libro Hojas lentas de otoño (escrito a la muerte de mi madre) de
Mariano Estrada
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