Etéreo, inefable y fulgurante, me marcaste.
Príncipe de los desiertos,
faraón de las tormentas,
“Médico de cuerpo y almas”.
Tenaz, brillante y elocuente,
diste a mi alma al leerte,
la sapiencia y la dulzura de una vida.
De tu andar entre los ricos y los pobres,
entre leprosos en la galera del frío,
tus bellas y grandes manos,
curando llagas y las almas de los más desprotegidos.
Tu mente maravillosa, ilustrada y limerente,
sucumbió en feliz la hora,
a la misteriosa sombra de una cruz de amor.
Lucano, entonces era tu nombre,
que intercambiaste por Lucas, en el camino de Luz,
Evangelista de amores, de verdades y clamores.
Reportero de la vida, del dolor y la injusticia,
dejaste en mis heridas,
la medicina de vida, la cura de mis dolores, la oración y el amor.
Inmersa en tus vastas hojas,
en pergaminos y letras,
empapaste mi destino,
con tu misterio infinito,
en el arrebol de soles,
y en mi soledad finita,
al amparo de tu aurora.
Serendipia de mi tiempo,
escollo de mi existencia,
doctor de letras y amores,
presencia entre mis libros,
eres mi mejor contento,
mi alimento,
mi libro, en todo momento.
Hortencia Aguilar Herrera -México-
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